Quizás
sea el evento más nostálgico en Inglaterra. Por cómo se cuidan los
productos y las tradiciones y por lo que conlleva ser partícipe de
la fiesta reinante en Wembley cuando
los decorativos son propios a la FA Cup; la sensación de grandeza que se vive en la capital es difícilmente
comparable a otro suceso. Ni por paralelismos ni comparativas. No se
sustentan. No las soportan. Y en esta base matriz, establecida desde
hace décadas por la gloria de unos y la historia truncada de otros,
el devenir de cada protagonista es radicalmente opuesto. Como ocurre
cuando el escenario es teatral. Sin reservas. Y altamente cuidado.
Mimado.
Se
presentaba el Manchester
City en
el último partido trascendente de la temporada con rumores sobre una
salida al final de la misma de su técnico, Roberto Mancini, y con la
exigencia del que se sabe superior. Infinitamente superior. Porque el
término underdog,
opuesto al de outsider,
que
ha utilizado la prensa inglesa en la previa del evento para definir
al Wigan Athletic;
establecía lo que era una realidad: la diferencia entre ambos
participantes era tan ancha como clarividente. Y nadie lo ponía en
tela de juicio. Estaba fuera de todo debate. Pero a partir de ello se
jugaba el partido. La Final.
No
siendo novedad sí es necesario destacarlo. La posición de Y. Touré
volvió a situarse en una zona de acción muy cercana a la de los
centrales y su acompañante en el doble pivote, Barry, transitaba
unos metros por delante de él. El objetivo prioritario de ello era
optimizar la salida de balón ante la presión de un Wigan que se
situaba en el centro del campo. Explicación principal para sustentar
que la participación de Y. Touré en campo propio fuera plácida.
Los réditos eran mínimos y la separación con Silva y Tévez era
excesiva. Tanto que los pases para superar metros, que no líneas de
presión, debían configurarse de una manera arriesgada. Pero ante la
incapacidad para transmitir buenas sensaciones con el balón y
combinaciones aptas que generasen juego las transiciones del rival
eran sinónimo de peligro.
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Y. Touré como MC más retrasado |
Para
entenderlas es oportuno vislumbrar la idea que ha imperado. Plantados
los primeros efectivos defensivos, jugadores ofensivos por otra
parte, en el centro del campo, las parejas se estructuraban según
las zonas de permanencia. Los dos centocampistas, el lateral de la
banda por la que se volcaba el juego y el jugador ofensivo que
retrasaba su posición para entrar en contacto con el balón y sumar
un nuevo efectivo en esa parcela; tenían una marca perenne. Esto
dificultaba que el balón fuera patrimonio de muchos jugadores y
ralentizaba el ritmo del partido. Pero la intensidad y la falta de
acierto de ManCity provocaba que las ocasiones de gol para Wigan se
produjeran. Probablemente en mayor número y claridad de lo que se
preveía.
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Marcas del Wigan en el centro del campo |
Es
en este contexto donde McManaman brilló cual figura superior.
Siempre ubicado en la banda derecha supo aprovechar los espacios
concedidos por Clichy. Y cuando estos no se producían él los
generaba. Ahora bien, tan elogiable es su actuación como censurable
su carencia en los metros finales. Cuando un equipo que se sabe
inferior depende de las escasas opciones de ataque que puede
disfrutar en una cita como la vivida el porcentaje de efectividad
debe ser elevado para comenzar a argumentar una posible victoria. Ni
siquiera para fundamentarla. Sólo para comenzar a argumentarla. Y en
esa situación el joven inglés no finalizó lo creado. Ello se
produjo, a su vez, por la escasa participación de Maloney, principal
pieza ofensiva en el entramado de Roberto Martínez.
En
muchas ocasiones la entrada de un mediocentro por un delantero para
situar a Y. Touré en posiciones más cercanas al área rival le ha
dado a Roberto Mancini unos réditos positivos. Volviendo a confiar
en ello, la opción descrita sólo tuvo vigencia 14 minutos. Los que
se produjeron desde la entrada de Rodwell hasta la expulsión de
Zabaleta. A partir de ahí la reconfiguración era sencilla en lo
teórico y aplicable en lo práctico. Ahora bien, con lo que poca
gente contaba, o dibujaba en su intelecto, se plasmó en la paleta de
acontecimientos posibles. La cual, curiosamente, ya se agotaba de
manera inexorable. Y fue en ese tomo, ya histórico, donde tuvo lugar
la más reciente muestra de romanticismo
futbolístico.
Cual conceptualización imperante. Reinante. Mediante una mínima
dosis. Para enmarcarla en un muestrario diminuto. Familiar.