Cuando un equipo consigue que gente externa a sus colores se
identifique y se sienta orgullosa de lo que plantea en un terreno de juego lo
de menos son los resultados cosechados. Provocan la principal característica que
emana el fútbol: emoción. Todo versa sobre las emociones. E insisto: si son
generadas por un colectivo que no se define como equipo propio el mérito es exponencialmente más significativo.
El Athletic actual es la viva imagen de lo planteado. Son varios
los motivos y varias las causas que lo hacen realidad. Bielsa, idolatrado y
despreciado por partes iguales, está obteniendo sus mayores réditos como
entrenador. Quizás la mayor sensación de realización personal. Y eso lo
transmite. A su manera, pero lo transmite. Si le sumamos que la plantilla está
confeccionada por profesionales de 23 años (media de edad del equipo), por
amigos en definitiva, todo estalla en una infinidad de virtudes. Tanto humanas
como futbolísticas. Esa naturalidad, pues, interactúa con los aficionados. No del
propio club vasco, sino del fútbol.
La puesta en escena en Old
Trafford, in the Theatre of Dreams
(como versa en la grada de Manchester), es inmejorable. Romántica y superlativa.
Pocas veces tal perfección se puede sustentar en la sencillez. Paradójico. Pero
es el escenario reinante. Son impresiones, sacudidas emocionales. Realmente, el
fútbol es eso. Y esta noche gente de diferentes razas, etnias y afinidades han
disfrutado, han vivido, han gozado. Sólo podemos dar las gracias por ello. Y saborearlo.
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